Acts 16

Misión en Asia Menor

1Llegó a Derbe y a Listra donde se hallaba cierto discípulo llamado Timoteo, hijo de una mujer judía creyente y de padre gentil; 2el cual tenía buen testimonio de parte de los hermanos que estaban en Listra e Iconio. 3A este quiso Pablo llevar consigo; y tomándolo lo circuncidó a causa de los judíos que había en aquellos lugares; porque todos sabían que su padre era gentil
3. Admiremos la Providencia que aquí ofrece a Pablo un colaborador en remplazo de Bernabé (cf. 15, 39). La circuncisión de Timoteo se efectuó únicamente por razones prácticas, es decir, para que pudiera predicar ante los judíos, los que nunca habrían querido escuchar a un incircunciso.
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4Pasando por las ciudades, les entregaban los decretos ordenados por los apóstoles y los presbíteros que estaban en Jerusalén, para que los observasen. 5Así pues las iglesias se fortalecían en la fe y se aumentaba cada día su número
5. “¡Raro incremento, a la vez en grado y en número!”
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San Pablo se encamina a Europa

6Atravesada la Frigia y la región de Galacia, les prohibió el Espíritu Santo predicar la Palabra en Asia
6 s. Asia : el “Asia Proconsular”, provincia del Asia Menor, con Éfeso por capital. Les prohibió el Espíritu Santo predicar: San Crisóstomo y otros Padres creen que Dios reservaba esta región a San Juan (cf. 20, 28 y nota), que habitó por allí y en efecto allí estaban “las siete Iglesias” del Apocalipsis. Así también Dios reservó a Salomón la construcción del Templo que David deseaba emprender (cf. Sal. 131, 1 ss. y nota). Los apóstoles solo iban adonde Dios los llamaba (cf. v. 10) y no salían por el mundo como Quijotes que se ofrecen para remediar todos los males. Hay en esto una grandísima lección de fe, que S. Vicente de Paúl expresaba en su lema: “No anticiparse a la Providencia”: “En las cosas de Dios, que no necesita de nuestros favores, hemos de temer más que nada la actividad indiscreta con pretensiones de apostolado, pensando que esto le desagravia a Él más que cualquier inacción, y que tales obras se quemarán tristemente, como enseña S. Pablo cuando venga Jesús ‘a juzgar el mundo por el fuego’” (1 Co. 3, 13-15; cf. Is. 30, 15). El Espíritu de Jesús es el mismo Espíritu Santo “que procede del Padre y del Hijo”, como dice el Credo.
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7Llegaron, pues, a Misia e intentaron entrar en Bitinia, mas no se lo permitió el Espíritu de Jesús. 8Por lo cual, pasando junto a Misia, bajaron a Tróade, 9donde tuvo por la noche esta visión: estaba de pie un hombre de Macedonia que le suplicaba diciendo: “Pasa a Macedonia y socórrenos”. 10Inmediatamente de tener esta visión procuramos partir para Macedonia infiriendo que Dios nos llamaba a predicarles el Evangelio
10. Procuramos: nótese desde este v. el cambio de la tercera persona por la primera. Es porque desde este momento. Lucas, el autor de este libro acompaña al Apóstol (cf. 27, 1 y nota). Como observamos en la nota 3, la Providencia sigue aquí guiando los pasos de estos fieles siervos deseosos de obedecerle (cf. v. 6 y nota), y nos muestra cuán prontos hemos de estar, tanto para quedarnos quietos si Dios no nos llama (Jn. 11, 20), como para acudir apenas oigamos su voz (Jn. 11, 29). “Solo el que con gusto se esconde, puede luego aparecer”, dice el Kempis.
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En Filipos

11Embarcándonos, pues, en Tróade, navegamos derecho a Samotracia, y al día siguiente a Neápolis
11. Neápolis: ciudad de Macedonia y puerto de Filipos. Para evitar confusiones conviene seguir los viajes de S. Pablo a través del mapa especial agregado al fin de este libro.
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12Desde allí seguimos a Filipos
12. Filipos: la primera ciudad europea en que predicó Pablo, era un centro importante de Macedonia, célebre por la batalla del año 42 a. C. en la que venció el emperador Augusto. Fue destruida en el siglo XIV por los turcos. Los modernos observan que Filipos no fue la primera en importancia ni en orden de tiempo, y se inclinan a traducir más bien “ciudad del primer distrito de Macedonia” (Turner, Blass, Boudon).
, una colonia, la primera ciudad de aquel distrito de Macedonia; y nos detuvimos en aquella ciudad algunos días.
13El día sábado salimos fuera de la puerta hacia el río, donde suponíamos que se hacía la oración, y sentándonos trabamos conversación con las mujeres que habían concurrido
13 ss. Encantadora simplicidad, y ejemplo de cómo todos los lugares y momentos de la vida ordinaria son aptos para hablar del Evangelio (2 Tm. 4, 2).
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14Una mujer llamada Lidia, comerciante en púrpura, de la ciudad de Tiatira, temerosa de Dios, escuchaba. El Señor le abrió el corazón y la hizo atenta a las cosas dichas por Pablo
14. Aquí, como en Lc. 24, 45, vemos que es el Espíritu de Dios quien nos da, sin excluir a las mujeres, la inteligencia de la Buena Nueva. ¡Roguémosle que ilumine a cuantos hoy también quieren estar atentos a lo que escribió Pablo! Para ello contamos seguros con la oración del mismo Jesús (Jn. 17, 20).
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15Bautizada ella y su casa, nos hizo instancias diciendo: “Si me habéis juzgado fiel al Señor, entrad en mi casa y permaneced”. Y nos obligó. 16Sucedió entonces que yendo nosotros a la oración, nos salió al encuentro una muchacha poseída de espíritu pitónico, la cual, haciendo de adivina, traía a sus amos mucha ganancia
16. Espíritu pitónico : literalmente son dos sustantivos: un espíritu, un pitón: este era un demonio. Su nombre se deriva de Apolo Pitio (así llamado por haber dado muerte a la serpiente Pitón), porque este dios tenía un oráculo en Delfos. S. Agustín le llama ventrílocua, es decir que fingía voces distintas y engañosas. Los demonios pueden hacerse pasar por adivinos pero nunca predecir cosas futuras —si no es por especial disposición divina, como en el caso de la pitonisa que consultó Saúl (1 Sam. 2, 8)— pues Dios nos enseña que Él solo se reserva el predecir lo porvenir. Cf. Is. 44, 7; 45, 21, etc.
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17Esta, siguiendo tras Pablo y nosotros, gritaba diciendo: “Estos hombres son siervos del Dios Altísimo, que os anuncian el camino de la salvación”
17. El plural nosotros desaparece, aquí hasta 20, 5 en que Pablo vuelve a Filipos, lo que hace pensar que Lucas se quedó allí. Es notable la confesión que se ven obligados a hacer los demonios lo mismo que hacían con Jesús (Mc. 1, 24; Lc. 4, 41 y nota). Como el divino Maestro, S. Pablo no acepta ni quiere aprovechar un testimonio que viene del “padre de la mentira” (Jn. 8, 44) y le duele ver que los demonios admitan la verdad más que los hombres. Cf. Lc. 8, 28; St. 2, 19.
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18Esto hizo por muchos días. Pablo se sintió dolorido, y volviéndose dijo al espíritu: “Yo te mando en el nombre de Jesucristo que salgas de ella”. Y al punto partió.

Tumulto contra Pablo en Filipos

19Viendo sus amos que había partido la esperanza de hacer más ganancias, prendieron a Pablo y a Silas y los arrastraron al foro ante los magistrados
19. Nótese la ironía con que se repite el mismo verbo partir del v. 18. Es este uno de los raros episodios bíblicos que ofrecen un aspecto humorístico, si bien contiene una gran enseñanza psicológica que encierra la explicación de muchas actitudes revestidas de celo religioso. Véase el caso de los plateros de Éfeso en 19, 24 ss.
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20y presentándolos a los pretores dijeron: “Estos hombres alborotan nuestra ciudad. Son judíos
20. Véase igual acusación en 17, 6. Jesús fue muchas veces acusado de lo mismo, e igualmente lo fueron los profetas (cf. 1 R. 18, 17; Jr. 38, 4; Am. 7, 10).
21y enseñan costumbres que no nos es lícito abrazar, ni practicar, siendo como somos romanos”. 22Al mismo tiempo se levantó la plebe contra ellos, y los pretores, haciéndoles desgarrar los vestidos, mandaron azotarlos con varas. 23Y después de haberles dado muchos azotes, los metieron en la cárcel, mandando al carcelero que los asegurase bien. 24El cual, recibida esta orden, los metió en lo más interior de la cárcel y les sujetó los pies en el cepo
24. El cepo era, como los que hoy se ven en los museos, una tabla con dos orificios en los que se introducía los pies del preso. Le impedía todo movimiento, lo que causaba dolores atroces.
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25Mas, a eso de media noche, orando Pablo y Silas, cantaban himnos a Dios, y los presos escuchaban, 26cuando de repente se produjo un terremoto tan grande que se sacudieron los cimientos de la cárcel. Al instante se abrieron todas las puertas y se les soltaron a todos las cadenas. 27Despertando entonces el carcelero y viendo abierta la puerta de la cárcel, desenvainó la espada y estaba a punto de matarse creyendo que se habían escapado los presos. 28Mas Pablo clamó a gran voz diciendo: “No te hagas ningún daño, porque todos estamos aquí”.

Conversión del carcelero y salida de Pablo de Filipos

29Entonces el carcelero pidió luz, se precipitó dentro, y temblando de temor cayó a los pies de Pablo y Silas. 30Luego los sacó fuera y dijo: “Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?” 31Ellos respondieron: “Cree en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu casa”. 32Y le enseñaron la palabra del Señor a él y a todos los que estaban en su casa
32. Le enseñaron la palabra: Hermosa expresión que señala el valor pedagógico de las palabras divinas. Cf. Rm. 1, 16; 10, 17; 1 Co. 2, 4; 2 Tm. 3, 16.
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33En aquella misma hora de la noche, (el carcelero) los tomó y les lavó las heridas e inmediatamente fue bautizado él y todos los suyos. 34Subiolos después a su casa, les puso la mesa y se regocijaba con toda su casa de haber creído a Dios
34. De haber creído a Dios: No olvidemos esta fórmula, para poder regocijarnos. ¿Quién se arrepintió jamás de haberle creído? En cambio, ¿no es cierto que cada día tenemos que dolernos de haber creído al hombre, y sin embargo seguimos creyéndole? (véase Jn. 2, 24; 1 Ts. 2, 13 y notas).
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35Llegado el día, los pretores enviaron los alguaciles a decir: “Suelta a aquellos hombres”. 36El carcelero dio esta noticia a Pablo: “Los pretores han enviado para soltaros; por tanto salid ahora e idos en paz”. 37Mas Pablo les dijo: “Después de azotarnos públicamente, sin oírnos en juicio, nos han metido en la cárcel, siendo como somos romanos; ¿y ahora nos echan fuera secretamente? No, por cierto, sino que vengan ellos mismos y nos conduzcan afuera”
37. La viril conducta del humildísimo Pablo nos enseña que la humildad cristiana no consiste en someterse a los caprichos de los poderosos del mundo.
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38Los alguaciles refirieron estas palabras a los pretores, los cuales al oír que eran romanos, fueron sobrecogidos de temor
38. Porque no era lícito azotar a un ciudadano romano. Cf. 22, 25.
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39Vinieron, pues, y les suplicaron; y sacándolos les rogaron que se fuesen de la ciudad. 40Ellos entonces salieron de la cárcel y entraron en casa de Lidia, y después de haber visto y consolado a los hermanos, partieron.
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